CAPÍTULO III
El 21 de febrero de
1926 nació el primer hijo de Leonor. Le bautizaron como Manuel, aunque unos
años más tarde, cuando tuvo que realizar el servicio militar se enteró de que
en el registro civil le habían inscrito como Francisco, que era el nombre de su
padre. Esto era frecuente en la época, porque en la iglesia te bautizaban con
un nombre, pero al registro civil iba a inscribirte otro pariente y si la cosa
no estaba muy clara algunas veces te acababan poniendo nombres distintos, como
en este caso. Aquí lo que pasó es que al registro civil le fue a inscribir un
amigo íntimo de la familia, del cual hablaremos más adelante, y este señor
pensó que el niño debía llamarse igual que su padre, pero luego no se atrevió a
decírselo a mi bisabuela y por eso el niño creció llamándose Manuel.
El nacimiento de
Manolo, como se le conoció toda la vida, revolucionó la vida en la casa. Una
casa en la que en esos momentos vivía mi bisabuela con sus tres primas, pues la
tía Ángela y el tío Enrique habían fallecido unos años antes (recordad que
comentamos en el capítulo anterior que, aunque eran sus primas, siempre se las
conoció como “las tías” dada su diferencia de edad). Enriqueta, a la que todo
el mundo llamaba Quetina, Manuela, a la que se conocía como Manina e Ignacia. Ninguna de las tres se casó y se mantuvieron
juntas al frente del negocio que habían heredado de sus padres. Entre ellas
tres tenían distribuido el trabajo y a Manina su padre la había dejado encargada
de la organización de la casa.
En aquella casa se
trabajaba mucho, pero se vivía muy bien. Por ese motivo mi bisabuela no quiso
irse nunca a América con el padre de Manolo. Prefirió tener a su hijo soltera
que aventurarse con un niño pequeño a un futuro incierto en América. Ella sabía
que quedándose con las Tías nunca le faltaría de nada y el hecho de estar
soltera con un hijo no era ningún problema, pues en la casa se vivía en un
ambiente muy liberal.
La finca tenía
cuatro mil metros cuadrados y todo el mundo la conocía como “La huerta”. Allí
había todo tipo de árboles frutales: naranjos, limoneros, manzanos y perales. Con
estas frutas se hacían mermeladas y compotas. Eran famosas por su mermelada de
naranjas amargas, que les enseñó a hacer una señora inglesa que frecuentaba la
casa. Cultivaban flores;
dalias, camelias, hortensias, margaritas, orquídeas que utilizaban en sus
arreglos florales. También se criaban todo tipo de animales; canarios y palomas
que utilizaban para ir a concursos y exposiciones. Tenían cerdos, gallinas,
conejos y un burro. La huerta la cuidaban varios mastines españoles. En la casa
trabajaban y vivían los hermanos Laureano y Saturnino, ellos se encargaban de
los animales, de los cultivos y del reparto de encargos.
Aquella era una casa
abierta a todo el mundo. Pasaba por allí toda la gente de Monte que venía a
vender al mercado de la plaza de la Esperanza los huevos, las gallinas y las
verduras que cultivaban en sus huertos. Entre otras cosas, pasaban por la
huerta para comprar las “amarras” que utilizaban para atar las verduras. Las
amarras eran cuerdas que se sacaban de las hojas de una palmera que había en la
huerta.
La huerta estaba
abierta a los vecinos, las mujeres iban las tardes de verano con sus hijos y,
mientras estos jugaban con Manolo, ellas echaban la ropa al verde (extendían la
ropa blanca sobre la hierba para que la diera el sol y así se blanqueaba),
cosían, zurcían y repasaban la ropa mientras charlaban. Hasta se hacían
sesiones de espiritismo. Pero eso a mi bisabuela nunca le gustó mucho. Mi
familia mantiene hoy en día amistad con los descendientes de algunas de estas
familias.
La gente rica de
Santander subía a la huerta a comprar flores y frutas, llevaban a sus hijos y
pasaban allí la tarde con los niños.
Otra tradición que
se mantenía en la casa era la de las tertulias. Heredada de su padre, Las Tías
mantuvieron esa costumbre y por la huerta pasaban personas muy distintas desde
Doña Isabel, inglesa y casada con un ingeniero de las minas de Camargo la cual
les enseñó a hacer la mermelada de naranjas amargas. Esta señora vivió toda su
vida aquí y está enterrada en el cementerio de los ingleses que hay en Cazoña.
Hasta Don Salvador y su mujer Doña Martina un peluquero andaluz muy, muy
supersticioso. También era habitual en las tertulias Doña Angelita Mora una de
las primeras mujeres ginecólogos que trabajaba en la casa Maternidad del Alta
(hoy es el Conservatorio de Música Jesús de Monasterio).
Otra fuente de
ingresos que tenía la casa era el hospedaje. En la casa se alojaba varias veces
al año un señor de La Mancha llamado Nemesio que venía a Santander para vender productos de su tierra; traía
aceite, queso, miel, embutidos y los perros de raza mastín español que cuidaban
la finca. Este señor visitó la casa durante muchos años y tenía una gran
amistad con la familia, hasta tal punto que fue el encargado de inscribir en el
registro civil al hijo de Leonor y decidió ponerle de nombre Francisco.
Había familias,
sobre todo de Madrid, que pasaban el verano en la huerta. Un largo verano, pues
duraba desde junio hasta septiembre.
Como doña Elena, que era esposa de un empresario madrileño, y su hijo.
Además, pasaron varios veranos los hermanos Blas y José Benlliure, hermanos a
su vez del famoso escultor Mariano Benlliure. Blas Benlliure es conocido por
sus cuadros de flores. Muchos de ellos los realizó durante sus estancias
veraniegas, en las cuales también realizaron retratos de la familia.
Aunque en la huerta
había mucho trabajo, también había muchos ingresos, lo cual les permitió
asistir en el 1929 a la Exposición Universal de Barcelona, fueron invitadas a
una exposición de plantas y flores en París y todos los años pasaban un mes en
el Balneario de Sobrón (Álava), donde iban a tomar las aguas.
En este ambiente
vivía mi bisabuela cuando conoció y se enamoró de Emilio García Lanza,
transportista de pescado entre Santander y Madrid. Era de Monte y se casaron el
día 3 de febrero de 1934. No fue un matrimonio muy afortunado; la engaño y la
maltrato.
Bueno, pues así se
vivía en la huerta durante esos años previos a la Guerra Civil.