domingo, 15 de abril de 2018

LEONOR CAPÍTULO V


CAPÍTULO V


La Casa de Salud Valdecilla fue inaugurada en el año 1929 por D. Ramón Pelayo de la Torriente, Marqués de Valdecilla, que asumió la idea y el completo patronazgo de un proyecto que, partiendo de una iniciativa popular, venía a sustituir al antiguo Hospital de San Rafael.


Desde el punto de vista físico se diseñó y construyó un Hospital de estructura horizontal con pabellones unidos entre sí mediante una galería y un túnel subterráneo, según las más avanzadas ideas de arquitectura hospitalaria de aquel momento. Su modelo organizativo y diseño funcional fueron extraordinariamente novedosos para su tiempo, ya que, por un lado, se trataba de un hospital regido por un patronato (circunstancia totalmente inusual) y asumía la total responsabilidad asistencial para una zona geográfica delimitada; y, por otro, se diseñó para cumplir una cuádruple función: asistencial, docente, investigadora y preventiva en la comunidad a la que sirve. De todo aquel espíritu innovador y adelantado a su tiempo, deben reseñarse especialmente: la creación del Instituto Médico de Posgraduados (primer germen de la figura del médico especialista), la Escuela de Enfermeras de la CSV (desde donde se introdujo en nuestro país el modelo contemporáneo de enfermería), la Biblioteca "Marquesa de Pelayo" y los laboratorios de investigación experimental. Durante los treinta primeros años de su existencia (de 1929 a 1959), sin duda los más complicados de nuestra historia reciente, la Casa de Salud Valdecilla (CSV) supo mantener una parte esencial de su espíritu fundacional, conformándose una imagen institucional que, más allá de los cambios organizativos, físicos y funcionales acontecidos, todavía subsiste.


En la Casa Salud Valdecilla trabajaron y se formaron grandes especialistas, reconocidos en todo el mundo, que dieron durante muchos años un gran prestigio al hospital. Además del doctor Díez-Caneja, oftalmólogo que operó a Manina, también me gustaría nombrar al Doctor Guillermo Arce, pediatra de gran prestigio, creador del año 1929 del Servicio de Puericultura de la Casa Salud Valdecilla. Es considerado como el creador de la Escuela de Pediatría Española. La ciudad de Santander por suscripción popular le ha dedicado un monumento que actualmente se encuentra en la zona de Puertochico y al lado del que seguro que en algún momento habéis pasado. Está enterrado en el Panteón de hijos ilustres del cementerio de Ciriego.


Bueno, mi bisabuela se había quedado viuda y yo creo que, al fin y al cabo, estaba aliviada, porque Emilio la maltrataba y con su pérdida estaba mental y físicamente mejor que con él en vida.


En junio de ese mismo año tuvieron que operar a Manina de cataratas. La operó el doctor Díez-Caneja, director de la sección de Oftalmología de la Casa Salud Valdecilla y oftalmólogo de gran prestigio en la época.


Hoy en día te operan de cataratas y te mandan a tu casa a dormir sin necesidad de estar ingresado ningún día en el hospital (como le ha pasado a mi abuelo). Pero en 1942 el tema era un poco diferente, pues era necesario estar ingresado varios días; además tenían que estar tumbados boca arriba y no se podían mover, les daban de comer con una pajita para que no movieran nada la cabeza. A Manina la operaron en la Casa Salud Valdecilla, hoy conocido por todos como el Hospital Universitario Marqués de Valdecilla (HUMV), cuya historia me parece interesante y os quiero resumir en estas líneas.


Volvamos a mi bisabuela, que estaba acompañando a Manina en el Hospital cuando conoció a mi bisabuelo.  Él se llamaba Esteban y había venido a Santander desde Liébana (desde un pueblo que se llama Lomeña) para acompañar a su tía María, a la que también habían operado de cataratas.


Esteban tenía 42 años y era el pequeño de seis hermanos; era alto, muy guapo y estaba soltero. De hecho, era el soltero más perseguido de toda Liébana. Se dedicaba a la venta de partidas de madera a los aserraderos y todo el que le conoció dijo siempre de él que tenía un gran encanto; era educado, simpático, amable y un gran conversador.


Leonor en ese momento tenía 35 años y, a pesar de todas las desgracias que había vivido, era una mujer muy guapa, alegre y también una gran conversadora.


En fin, que se enamoraron y por eso entre otras cosas estoy yo contando esta historia. Pero como en la vida de mi bisabuela nada fue fácil, esto tampoco lo fue.

No sé si podéis imaginar lo difícil que fue este romance, teniendo en cuenta como era la sociedad en 1942, en plena postguerra. Era una mujer que se acabada de quedar viuda, de una forma dramática. Era obligatorio vestir de luto, con las faldas por debajo de la rodilla, medias negras y zapatos cerrados. Por supuesto, nada de escotes y el pelo tenía que ir cubierto por un velo.  Además, había una ley que obligaba a que pasaran 13 meses desde el fallecimiento del anterior marido para poder volverse a casar.  Fijaos cómo tenían que mantener las apariencias, que la familia se dio cuenta de que Leonor se había enamorado porque comenzó a ponerse sandalias.


El noviazgo fue corto y cuando paseaban por Santander iban siempre acompañados de otra persona que se colocaba en medio de los dos.


Leonor fue a visitar a los padres de Esteban a Lomeña (Liébana) antes de casarse. Para poder llegar al pueblo había que hacerlo a lomos de un caballo, pues no llegaba la carretera hasta allí. Para ella era como ir al fin del mundo. Leonor estaba acostumbrada a la vida de la ciudad, que era muy distinta a la vida de un pueblo en medio de las montañas. Mi bisabuelo le enseñó cómo era su vida, todas las fincas de la familia. En una de las curvas de la carretera antes de llegar al pueblo, hay una finca que tiene un grupo de tres grandes nogales que plantó Esteban cuando era joven y que aún se conservan. Mi madre los ha visto hace unos pocos años. Esteban también le enseñó las montañas a las que tanto amó y añoró siempre.


A pesar de todas las dificultades y muchas habladurías, el 8 de mayo de 1943 Leonor y Esteban se casaban.

                                    

                                                                                 Foto de boda de Leonor y Esteban.  Mayo 1943


El 3 de febrero de 1944 nacía la primera hija del matrimonio, a la que pusieron de nombre María Manuela, en homenaje a las dos personas por las que se habían conocido en el hospital. María, por la tía de Esteban, y Manina (su nombre era Manuela), la prima de Leonor. Pero toda la vida la han llamado Marianela, que a mí me parece mucho más bonito y, además, es mi abuela.


Dieciséis meses más tarde Marianela tenía una hermana a la que llamaron Leonor, como su madre, y a la que toda la vida han llamado Norín.