domingo, 10 de junio de 2018

LEONOR CAPÍTULO VIII


CAPÍTULO VIII




Bueno, pues los años iban pasando. Poco a poco nos estamos acercando a los años 60. Manolo tuvo dos hijos y consiguió tener un negocio próspero. Leonor ayudaba a su hijo y su nuera con la tienda y con los niños.


A pesar de que casi todo el trabajo se derivaba a la tienda de Manolo y muchos de los cultivos que se hacían aún en los invernaderos servían para los arreglos de la tienda, algunos de los trabajos que llegaban a la casa sí que se hacían; sobre todo, coronas para funerales y ramos de novia. 


Leonor, a pesar de todo el trajín, siempre fue una mujer atractiva y tuvo sus admiradores. Dio calabazas a más de uno, pero no estuvo interesada en volverse a casar después del fallecimiento de Esteban.


Y menos mal que no se volvió a casar, pues uno de los señores que quiso casarse con ella, se casó con otra señora y se murió en tres meses.


También tuvo una amistad muy comentada con un señor cubano que había venido a Santander para resolver unos asuntos familiares. Ahora estamos muy acostumbrados a ver por nuestras calles gente de color, pero en los años 60 ver una persona negra en Santander era bastante excepcional.


Don Santiago Buendía había aparecido una tarde en casa preguntando por la señorita Ignacia Gutiérrez. Él había venido a Santander por encargo de Don Marcelino Gándara para solucionar unos asuntos de una herencia familiar y traía una carta para Ignacia.


Don Marcelino era natural de Santander y había sido novio de Ignacia en 1925. Pero el padre de Ignacia no permitió el noviazgo y este se marchó a Cuba, donde se casó y tuvo varios negocios muy prósperos. Durante todos esos años y a pesar de casarse y tener hijos, no dejó de mantener correspondencia con Ignacia. Mi abuela aún conserva cartas y fotografías de Don Marcelino y su familia. Ignacia nunca se casó, al igual que sus hermanas, y fue siempre una mujer triste y melancólica que ahogó sus penas en el alcohol, lo cual provocó su fallecimiento a causa de una cirrosis.


Don Santiago Buendía era el abogado de Don Marcelino y este le había encargado arreglar la venta de la casa de sus padres. Su delicado estado de salud no le permitió viajar a España. Estas gestiones le llevaron a Don Santiago alrededor de tres meses y durante ese tiempo mi bisabuela Leonor le ayudó en lo que pudo e hicieron amistad. Pero pasear por Santander con una persona negra en los años 60 no pasaba desapercibido y fue objeto de más de un chismorreo.


 Sin embargo, a mi bisabuela le importaba muy poco lo que pensara la gente, ya lo había demostrado en anteriores ocasiones.


A lo largo de su vida no hizo mucho caso a los comentarios sobre su vida. Hizo lo que quiso. Entre otras cosas, fue una de las primeras mujeres en llevar las faldas por encima de la rodilla.


Los años pasan y Las Tías fallecen -Ignacia en 1959 y Quetina en 1963- y Leonor heredó lo que quedaba de la casa y la finca.


Las hijas de Leonor (una de ellas es mi abuela) se casaron y tuvieron hijos. Entre todos ellos nace mi madre. Ella me cuenta cómo fue su infancia en la huerta de su abuela. Lo bien que se lo pasaba con su prima y su hermano. Los perros que había en la huerta y los cachorros que nacieron allí (me da mucha envidia). Las flores que cultivaba su abuela Leonor y las frecuentes visitas de familiares.


Entre ellas regresó a España Servando, el hermano de Leonor. Él regresaba a vivir a Santander después de haber estado recorriendo Argentina y Estados Unidos durante unos cuantos años. Se había jubilado en Texas y quiso regresar a su tierra.  Volvió con su mujer y una nieta de quince años.


Estuvieron viviendo unos años en Santander, pero no se adaptaron y regresaron a Estados Unidos, esta vez a California. La verdad es que España era muy diferente a Estados Unidos en los años 70. 


Bueno, los años pasaron y mi bisabuela enfermó de Alzheimer en el año 1980.


Esta es una triste enfermedad, te va borrando los recuerdos hasta que no sabes quien eres. Además, es muy dura para los familiares que rodean al enfermo, pues este necesita una dedicación a tiempo completo, ya que carecen de la capacidad de cuidarse solos.


El escritor Oscar Wilde dijo “que la memoria es el diario que llevamos con nosotros a todas partes”. El premio nobel Gabriel García Márquez escribió sobre la enfermedad, que también padeció: “La vida no es lo que uno vive sino cómo lo recuerda, y cómo lo recuerda para contarlo.”


Mi bisabuela Leonor falleció en 19 de marzo de 1989; tenía 81 años, pero llevaba 10 sin recordar quién era. Puede que con este trabajo haya podido recrear una parte del diario que a Leonor se le fue borrando de su mente, pero ha quedado en el recuerdo de mi familia y me ha permitido la posibilidad de contarlo.


Seguro que se marchó con muchos secretos a la tumba y seguro que también hay cosas que no me han querido contar con más profundidad, pero espero que este recorrido por la vida de mi bisabuela os haya parecido interesante.


Me gustaría terminar con una frase que creo que es un epitafio adecuado a la intensa vida de mi bisabuela Leonor.


“No se puede pensar de ella que se fue sin haber estrenado la vida”


FIN



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