CAPÍTULO VIII
Bueno, pues
los años iban pasando. Poco a poco nos estamos acercando a los años 60. Manolo
tuvo dos hijos y consiguió tener un negocio próspero. Leonor ayudaba a su hijo y
su nuera con la tienda y con los niños.
A pesar de
que casi todo el trabajo se derivaba a la tienda de Manolo y muchos de los
cultivos que se hacían aún en los invernaderos servían para los arreglos de la
tienda, algunos de los trabajos que llegaban a la casa sí que se hacían; sobre
todo, coronas para funerales y ramos de novia.
Leonor, a
pesar de todo el trajín, siempre fue una mujer atractiva y tuvo sus
admiradores. Dio calabazas a más de uno, pero no estuvo interesada en volverse
a casar después del fallecimiento de Esteban.
Y menos mal
que no se volvió a casar, pues uno de los señores que quiso casarse con ella, se
casó con otra señora y se murió en tres meses.
También tuvo
una amistad muy comentada con un señor cubano que había venido a Santander para
resolver unos asuntos familiares. Ahora estamos muy acostumbrados a ver por
nuestras calles gente de color, pero en los años 60 ver una persona negra en
Santander era bastante excepcional.
Don Santiago
Buendía había aparecido una tarde en casa preguntando por la señorita Ignacia
Gutiérrez. Él había venido a Santander por encargo de Don Marcelino Gándara
para solucionar unos asuntos de una herencia familiar y traía una carta para
Ignacia.
Don
Marcelino era natural de Santander y había sido novio de Ignacia en 1925. Pero
el padre de Ignacia no permitió el noviazgo y este se marchó a Cuba, donde se
casó y tuvo varios negocios muy prósperos. Durante todos esos años y a pesar de
casarse y tener hijos, no dejó de mantener correspondencia con Ignacia. Mi
abuela aún conserva cartas y fotografías de Don Marcelino y su familia. Ignacia
nunca se casó, al igual que sus hermanas, y fue siempre una mujer triste y
melancólica que ahogó sus penas en el alcohol, lo cual provocó su fallecimiento
a causa de una cirrosis.
Don Santiago
Buendía era el abogado de Don Marcelino y este le había encargado arreglar la
venta de la casa de sus padres. Su delicado estado de salud no le permitió
viajar a España. Estas gestiones le llevaron a Don Santiago alrededor de tres
meses y durante ese tiempo mi bisabuela Leonor le ayudó en lo que pudo e
hicieron amistad. Pero pasear por Santander con una persona negra en los años
60 no pasaba desapercibido y fue objeto de más de un chismorreo.
Sin embargo, a mi bisabuela le importaba muy
poco lo que pensara la gente, ya lo había demostrado en anteriores ocasiones.
A lo largo
de su vida no hizo mucho caso a los comentarios sobre su vida. Hizo lo que
quiso. Entre otras cosas, fue una de las primeras mujeres en llevar las faldas
por encima de la rodilla.
Los años
pasan y Las Tías fallecen -Ignacia en 1959 y Quetina en 1963- y Leonor heredó
lo que quedaba de la casa y la finca.
Las hijas de
Leonor (una de ellas es mi abuela) se casaron y tuvieron hijos. Entre todos
ellos nace mi madre. Ella me cuenta cómo fue su infancia en la huerta de su
abuela. Lo bien que se lo pasaba con su prima y su hermano. Los perros que
había en la huerta y los cachorros que nacieron allí (me da mucha envidia). Las
flores que cultivaba su abuela Leonor y las frecuentes visitas de familiares.
Entre ellas
regresó a España Servando, el hermano de Leonor. Él regresaba a vivir a
Santander después de haber estado recorriendo Argentina y Estados Unidos
durante unos cuantos años. Se había jubilado en Texas y quiso regresar a su
tierra. Volvió con su mujer y una nieta
de quince años.
Estuvieron
viviendo unos años en Santander, pero no se adaptaron y regresaron a Estados
Unidos, esta vez a California. La verdad es que España era muy diferente a
Estados Unidos en los años 70.
Bueno, los
años pasaron y mi bisabuela enfermó de Alzheimer en el año 1980.
Esta es una
triste enfermedad, te va borrando los recuerdos hasta que no sabes quien eres. Además,
es muy dura para los familiares que rodean al enfermo, pues este necesita una
dedicación a tiempo completo, ya que carecen de la capacidad de cuidarse solos.
El escritor Oscar
Wilde dijo “que la memoria es el diario
que llevamos con nosotros a todas partes”. El premio nobel Gabriel García
Márquez escribió sobre la enfermedad, que también padeció: “La vida no es lo que uno vive sino cómo lo
recuerda, y cómo lo recuerda para contarlo.”
Mi bisabuela
Leonor falleció en 19 de marzo de 1989; tenía 81 años, pero llevaba 10 sin
recordar quién era. Puede que con este trabajo haya podido recrear una parte
del diario que a Leonor se le fue borrando de su mente, pero ha quedado en el
recuerdo de mi familia y me ha permitido la posibilidad de contarlo.
Seguro que
se marchó con muchos secretos a la tumba y seguro que también hay cosas que no
me han querido contar con más profundidad, pero espero que este recorrido por
la vida de mi bisabuela os haya parecido interesante.
Me gustaría
terminar con una frase que creo que es un epitafio adecuado a la intensa vida
de mi bisabuela Leonor.
“No se puede pensar de ella que se fue sin haber
estrenado la vida”
FIN
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