domingo, 10 de junio de 2018

LEONOR CAPÍTULO VII


CAPÍTULO VII



Leonor estuvo mucho tiempo sin salir de casa, pero mi abuela recuerda lo bien que se lo pasaba en la huerta con su hermana y las trastadas que hacían y la pila de veces que Leonor las tenía que castigar. Además, el tema de los castigos era muy, muy duro. Mi abuela cuenta que una vez que se puso muy pesada le metió la cabeza en un recipiente donde se recogía el agua de lluvia.


Una vez su hermana Norín, que era muy mentirosa, se empeñó en decir que había visto una serpiente en el tronco de una palmera. Tuvieron que quemar parte del tronco para hacer desaparecer a la serpiente y que ella se quedara tranquila. Aún se conserva la palmera (dracena) en la huerta con el tronco hueco.


El único motivo por el cual mi bisabuela Leonor salió de casa en los tres años siguientes a la muerte de Esteban fue la boda de Manuel, su hijo.


Manuel se casó en febrero de 1950, tan solo unos meses después de que Leonor se quedara viuda. Se casó con Maruja, una joven de buena familia y no se fue a vivir muy lejos, pues se construyó una pequeña casita en la parte más alta de la finca. Él seguía trabajando en el negocio familiar, pero, como ya conté en el capítulo anterior, la muerte de Manina cambió mucho las cosas.


Quetina e Ignacia nunca se dedicaron a las labores administrativas del negocio. Ignacia era la cocinera de la casa. Estaba siempre en la cocina y por la tarde se encerraba en su habitación con una botella de licor y no se ocupaba de nada más. Por su parte, Quetina era la artista. Se dedicaba más a los arreglos florales, pero no tenía ninguna habilidad para los libros de cuentas. Leonor también tenía muy buena mano con las plantas y conseguía maravillosas plantas en los invernaderos. Eran famosas sus begonias, que cultivaba en uno de los invernaderos de la casa envolviendo sus raíces en musgo. Manolo, por su parte, había aprendido de Manina todo lo que se refería al negocio y planteó poner una tienda de flores en el centro de Santander. Leonor no puso ningún problema a semejante idea; yo creo que no lo pensó muy bien, pues ella se quedaba en casa con dos niñas pequeñas a las cuales había que criar.  Pero también hay que pensar que la mentalidad de la época primaba al varón por encima de la mujer, por ese motivo no es difícil de entender que las Tías y Leonor no pensaran mucho en su propio porvenir y sí en favorecer el porvenir del único hombre de la familia, en esos momentos.


El centro de Santander había cambiado mucho después del incendio que asoló la ciudad en febrero de 1941. En 1950 se estaba reconstruyendo aún todo el centro comercial de la ciudad.


Voy a aprovechar para contaros algunas curiosidades sobre el incendio de Santander. El desencadenante de la catástrofe fue el fuerte viento sur que azotaba la ciudad la tarde del día 15 de febrero de 1941. La velocidad máxima que alcanzó se desconoce, puesto que los instrumentos de medición de Santander fueron destruidos por el temporal, pero se calculan rachas superiores a los 180 kilómetros por hora. El incendio se inició en la calle Cádiz,1​ en las proximidades de los muelles.


Durante el día 16 prosiguió el incendio, llegaron bomberos de Bilbao, San Sebastián, Palencia, Burgos, Oviedo, Gijón, Avilés y Madrid. Ya en el día 17, la ausencia de viento favoreció los trabajos de extinción, aunque no estaría totalmente extinto hasta quince días después.


El día 18 arribó a puerto el crucero Canarias, que aportaría suministros y comida a la población. El cambio del viento en dirección noroeste y el comienzo de la lluvia ayudó a las labores de los bomberos. Se limpió la atmósfera de la ciudad, pero aumentó considerablemente el riesgo de derrumbamientos.


Los focos principales del incendio se consiguieron apagar en los tres primeros días, pero gran parte de las ruinas y edificios destruidos albergaban llamas en su interior en los días posteriores. Tras quince días desde el comienzo del incendio, se dio fin a la catástrofe. ​


En general, el fuego afectó a las calles estrechas con edificios básicamente construidos de madera y con miradores que facilitaron la difusión de las llamas.


El resultado fue la destrucción casi completa de la zona histórica de la ciudad. Desaparecieron fundamentalmente edificios de viviendas en gran parte ocupadas por clases populares. Se destruyó la mayor parte de la puebla medieval: el total fueron 37 calles de las más antiguas de la ciudad que ocupaban 14 hectáreas, lo que supuso la desaparición de 400 edificios, entre viviendas (2000 aproximadamente) y comercios.  El de Correos fue uno de los pocos edificios de la zona que se salvaron de la catástrofe.


La zona afectada se caracterizaba, además, por constituir el centro de la ciudad, el eje donde estaban emplazados la mayor parte de los establecimientos comerciales del Santander de aquel entonces. Se ha calculado que el incendio destruyó el 90 % de los locales destinados a esta actividad.


Hubo alrededor de 10.000 damnificados y unas 7000 personas en paro forzoso. El incendio causó una sola víctima, Julián Sánchez García, un bombero madrileño. A pesar de eso, el daño material fue inmenso y miles de familias perdieron sus hogares.


La valoración material de las pérdidas se cifró oficialmente en
85.312.506 pesetas. El número de damnificados ascendió a unas
10.000 personas, lo que, teniendo en cuenta que la población de hecho de la ciudad en 1940 era de 101.793 habitantes (INE), supuso que quedasen sin vivienda aproximadamente un 10 % de los santanderinos y un buen porcentaje de ellos perdiese sus negocios y empresas. Cabe destacar que, en 1941, España estaba en plena posguerra y la situación socioeconómica no era muy favorable, por lo que una catástrofe de esta magnitud acrecentó la mala situación por la que pasaban tanto la ciudad como la región.


Como consecuencia del incendio, quedaron libres 115.421 m² de suelo urbano magníficamente situado en el centro físico de la ciudad de Santander, que fueron expropiados para concentrar los solares. Fue, por tanto, una ocasión excepcionalmente favorable para dejar terrenos a disposición de negocios inmobiliarios en una zona donde el valor del suelo era y es objeto de una creciente plusvalía, lo que provocó que se especulara con dichos terrenos para poder favorecer a las clases altas de la ciudad.


Manuel finalmente alquiló un local en el centro de Santander y, como no podía ser de otra manera, le puso a la tienda de nombre “Las Floristas”.


Cuando en la casa empezaron a tener problemas económicos decidieron vender una parte de la finca para edificar.  Manuel se quedó con un trozo del terreno, con la ayuda económica de su suegro, donde edificó una casa más grande que aún se conserva.


El suegro de Manuel era prestamista. Él prestaba dinero o entregaba vales de comercios a gente que lo necesitaba y luego lo cobraba con muchos intereses. La gente iba a pagar la deuda a la tienda de flores.


Manolo se llevó el negocio al centro de Santander y en la casa el trabajo que llegaba se derivaba a la tienda, así que cada vez entraba menos dinero y el dinero que les había proporcionado la venta de parte de la finca se iba acabando.


Por otra parte, mi abuela y su hermana crecieron. Mi abuela comenzó a trabajar en la tienda de flores y su hermana entró a trabajar en la fábrica de tabacos de la calle Alta, “La Tabacalera”.






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